Arabia Saudita
Cuna y sede espiritual del islam, aparenta impenetrable pero, si se consiguen salvar los obstáculos, el viajero descubre un territorio repleto de lugares de interés, en los que se palpa un vibrante simbolismo religioso. Es un país rico. Muy rico. Y por ello el turismo no es apenas tenido en cuenta. La explotación petrolera, concentrada en las costas del Golfo Pérsico, constituye la base de su enorme riqueza. Pero también posee un pueblo hospitalario aunque, por avatares del destino, se asienta en uno de los lugares más difíciles de visitar del mundo. Para quienes consiguen entrar el premio es suculento. Entre otras joyas, les espera el mayor tesoro de Arabia, Madain Saleh, con sugerentes tumbas talladas en la roca, en pleno desierto. También las huellas que dejó T.E. Lawrence en la vía férrea de Hijaz, las ruinas de adobe de Dir’aiyah, la fascinante Riad, o Yeda, que combina lo moderno con lo antiguo, conjugado con un cautivador casco viejo de edificios coralinos. El país también ofrece una interesante costa al mar Rojo, con opciones de buceo de primera y, con casi dos mil petroglifos y pinturas rupestres, uno de los museos al aire libre más ricos y grandiosos del mundo. Y para los viajeros musulmanes, por supuesto, La Meca y Medina, que suponen el destino más sagrado, y por ello más deseado. Pocos lugares pueden ser tildados ya hoy en día como la última frontera del turismo pero, sin duda, Arabia Saudí es uno de ellos.