Myanmar (Birmania)
Extraordinario país, con un paisaje dominado por pagodas doradas, que sorprende y cautiva incluso a los viajeros más avezados. Explorar su territorio, con más de cien grupos étnicos distintos, es casi como adentrarse en las páginas de una revista de National Geographic de 1910. Y es que, a pesar de todos los trascendentales cambios, en el fondo Myanmar sigue siendo una nación rural de valores tradicionales. En todas partes se ven hombres con longyi, gentes de ambos sexos maquillados con el thanakha, un cosmético tradicional extraído de la corteza de un árbol, y abuelas que mastican betel y fuman puro. Sus habitantes se desplazan en trishaws y, en las zonas rurales, en carros tirados por caballos o bueyes. Surcar el río Ayeyarwadi en un antiguo barco de vapor, relajarse en un tramo de playa de la bella bahía de Bengala, o ir de excursión entre pinares para descubrir aldeas de minorías étnicas en los montes Shan, son placeres que sólo pueden disfrutarse allí. Pero, lo mejor de todo es encontrarse a cada paso gentes amables, divertidas, encantadoras, atentas, curiosas y apasionadas. Es inevitable querer relacionarse con ellos. No importa si es la primera o la quincuagésima vez que se visita Myanmar: siempre se percibirá la energía, la esperanza y el potencial de futuro que flota en el aire. La Shwedagon Paya, la “maravilla que destella” en Yangon, es sencillamente fascinante. Y las cuatro mil estupas sagradas de las llanuras de Bagan; y la Roca Dorada, que se sostiene precariamente en la cima del monte Kyaiktiyo. Todos ellos son lugares budistas muy bellos, llamativos e importantes, en un país que venera más a los monjes que a las estrellas de rock. Pero lo esencial, sin duda, es la gente.