China
El gigante rojo es, en realidad, muchos países agrupados en uno. Por eso es imposible conocer todos sus matices en un solo viaje. Su faceta moderna, aunque deslumbrante, no es la única. Ni mucho menos. La civilización ininterrumpida más antigua del mundo sigue perenne en muchas de sus tradiciones, tras décadas de crecimiento desenfrenado. En ella hay para todos los gustos, dentro de un territorio descomunal que alberga una mezcla fascinante de dialectos diferentes y de extremos climáticos y topográficos. Se puede elegir entre el revoltijo étnico del suroeste, los templos iluminados con manteca de yak de Xiàhé, un viaje por la polvorienta Ruta de la Seda, dormir en el campo base del Everest o arreglarse para una noche de fiesta en Shanghái. Tanto los viajeros urbanos como los senderistas, ciclistas, exploradores, mochileros, gastrónomos, o los aficionados a los museos, encuentran en China algo de su gusto. Pocos países poseen una naturaleza como la del Reino Medio. Se puede elegir entre los lagos de color azul zafiro del Tíbet o los desiertos de Mongolia Interior; saltar de isla en isla en Hong Kong o montar en bicicleta entre los pináculos kársticos de los alrededores de Yángshuò; pasmarse ante los bancales de arroz del sur, hacerse un selfie en los campos de colza de Wùyuán, caminar por la Gran Muralla, perderse en bosques de bambú o tumbarse en una playa remota. Una y mil veces, China invita a hacer las maletas, recordando las palabras de Lao Tsé: “un viaje de mil millas comienza con un solo paso”.