Corea del Sur
Separada de su hermana norteña por una tristemente famosa frontera en constante riesgo de conflicto, y siempre en tensión, esta república asiática ofrece al viajero una inmensa variedad de experiencias, hermosos paisajes y cinco mil años de cultura e historia. El modesto tamaño del país y sus extraordinarias infraestructuras de transporte permiten pasar fácilmente del frenesí urbano a la tranquilidad de la campiña. Y así, quien se acerca a ella puede coronar fácilmente escarpadas montañas, que a menudo se transforman en pistas de esquí durante el invierno, y hacer trekking por boscosos parques nacionales; y alejarse de las rutas habituales navegando a islas remotas, donde agricultores y pescadores le darán la bienvenida en sus hogares o en humildes figones de pescado y marisco; y contemplar las estrellas en aldeas apacibles, rodeadas de arrozales; y dormir en hanoks, las tradicionales casas coreanas de madera. Sin para nada de ello necesitar muchísimo tiempo. Los modales exquisitos desempeñan un papel crucial en el trato de los coreanos con los forasteros. La amabilidad se prodiga por doquier, ya sea en una oficina de turismo, al preguntar una dirección en plena calle, o conversando con algún lugareño, en una terraza, o en un restaurante callejero. Los principios confucianos han forjado un remarcado civismo, dentro de una sociedad que quizá sea introspectiva, pero también es decorosa y optimista. Aunque se la denomine como la tierra de la calma de la mañana, al sumergirse en sus ciudades, especialmente en Seúl, su capital, motor de la tercera economía más potente de Asia, la serenidad será quizá lo último que se perciba. Bulliciosos mercados nocturnos, bonitos paisajes y una arquitectura muy valiosa esperan al viajero en este pequeño país del que, sin embargo, lo que más recordará después serán sus experiencias con la gente.