Guayana Francesa
Con estatus de departamento de ultramar francés y, por lo tanto, integrado en la Unión Europea, el territorio más pequeño y menos poblado de América del Sur, situado ligeramente al norte del Ecuador, es algo más que un pequeño trozo de Francia dentro de Sudamérica. Enigmático reducto colonial, con sabor galo, en un clima caribeño, en él se respira un extraño ambiente que evoca a relatos de penurias en antiguas prisiones. Además de su valiosa arquitectura y esas inquietantes historias de colonias penitenciarias, asentadas en un paraíso natural con una de las mayores diversidades de fauna y flora del planeta, ofrece una extraña mezcla de legislación francesa y húmeda selva tropical, donde solo algunos destinos de la costa son de fácil acceso. Su condición de enclave estratégico de la República francesa, que lo ensalza como uno de los rincones más ricos de Sudamérica, hace que el turismo no tenga ninguna importancia, ya que los fondos que llegan son principalmente para mantener estable la base gala dedicada al lanzamiento de satélites. Esto provoca que viajar por su territorio puede convertirse en una frustrante y difícil experiencia, además de cara, si no se organiza previamente, y con mucha dedicación, conocimiento y experiencia. En Cayena, la capital, se cruzan el Caribe, Sudamérica y Europa. Y eso se nota en su arquitectura. Y en su excelente comida, donde se combinan, además de sabrosos cruasanes y platos criollos, zancochos, ceviches y empanadas. Pero ni siquiera una superpotencia europea puede mantener la vasta selva virgen lejos de la ciudad, por lo que, pese a la civilización que se pretende, no se consigue esconder, ni de lejos, el lugar salvaje sobre el que se asienta, y siempre hay baches en carreteras recién asfaltadas y helechos enormes que brotan entre los ladrillos, mientras amerindios, cimarrones y refugiados hmong conservan tradicionales formas de vida tan alejadas de la vie métropole que cuesta creer que se trate del mismo lugar. Y ese es el principal atractivo.