Japón
De relieve montañoso y volcánico, es realmente un lugar eterno, donde las antiguas tradiciones se fusionan con la vida moderna de manera natural. El archipiélago cuenta con unas 3.400 islas, de las cuales Hokkaido, Handoikoku y Kyushu son las de mayor importancia. A primera vista, el país es un modelo de modernidad pero, viajando por él, contactar con la tradición se muestra como algo continuo. Se puede pernoctar en un ryokan, una posada tradicional, durmiendo en futones sobre tatamis, y atravesar antiguos salones de madera para llegar al baño; o ir un paso más allá y dormir en una vieja granja. También se puede cantar con los monjes o aprender a batir el matcha, el té verde en polvo, hasta hacer espuma; o contemplar la danza de las geishas; o la belleza inmóvil de un pétreo jardín zen. Alargado y estrecho, este conjunto de islas es, en más de dos tercios de su superficie, accidentalmente ondulado, y con fuentes termales por todas partes. Los meses más cálidos se prestan a las excursiones por bosques de cedros y campos de flores silvestres, ascendiendo a altas cumbres y descubriendo antiguos santuarios fundados por peregrinos ascetas. En invierno la nieve lo cubre todo y hay excelentes oportunidades para el esquí o para bañarse en algún onsen. En el sur, en cambio, hay playas tropicales donde tomar el sol o practicar buceo, submarinismo y surf. Los paisajes urbanos de las ciudades japonesas, llenos de neones, parecen decorados de una película de ciencia ficción, aunque algunos no hayan cambiado en décadas. Urbes como Tokio y Osaka han ido sólo añadiendo nuevas maravillas arquitectónicas y, en sus bulliciosas calles, sus restaurantes y locales de copas, abiertos las veinticuatro horas, nacen continuamente tendencias que son seguidas en todo el mundo. Los desplazamientos son fáciles, rápidos y seguros. Y la gastronomía exquisita así que, si se tienen ganas, el viaje está servido en bandeja.