Kurdistán
Rodeada de imponentes montañas, salpicada de lagos y hogar de numerosos yacimientos arqueológicos, la región kurda permanece en buena medida ajena al turismo. Tal vez su futuro sea incierto, pero la calidez y la hospitalidad de su pueblo no admiten dudas. Difícil de localizar en los mapas, la tierra de los kurdos carece de fronteras y del reconocimiento de estado soberano que merece, aunque no de identidad propia. Sus límites geográficos se desdibujan entre Siria, Armenia, Irán, Irak y Turquía. De origen milenario, de raíz indoeuropea, el pueblo kurdo está asentado en el sur de la península de Anatolia, en Asia Menor, desde el siglo X a.C. Y es el resultado de la superposición, mestizaje y resistencia, ante los distintos imperios que se han disputado la zona, entre los que se cuentan medos, persas y otomanos fundamentalmente. Su riqueza histórica, junto con su sorprendente geografía, combinación de áridas y escarpadas montañas, entre los cuales destaca el mítico Ararat, sus fértiles valles, y sus hermosos lagos hacen del Kurdistán un destino óptimo para quien busca algo diferente. Un paisaje sorprendente, casi virgen, un pueblo acogedor y fiel a sus tradiciones, y unos vestigios históricos que nos transportan a la cuna de la civilización más antigua, la que se desarrolló en el llamado “Creciente Fértil”, entre los ríos Tigris y Éufrates, esperan al viajero en un destino que no defrauda.