Recóndito y desconocido durante mucho tiempo, el único país de la península de Indochina sin salida al mar, combina algunos de los mejores elementos del sureste asiático, en un espacio reducido. En la antigüedad se le apodaba poéticamente como la tierra del millón de elefantes. Durante la Guerra de Vietnam, unos cínicos e insensibles corresponsales occidentales lo rebautizaron como la tierra del millón de irrelevantes. Hoy en día, sin embargo, es uno de los destinos viajeros más notables del mundo, un país de culto gracias a su naturaleza en estado puro, su riqueza cultural y a la increíble amabilidad de sus gentes. Un lugar donde el pulso se relaja, las sonrisas son genuinas y los lugareños sienten una sincera curiosidad por los visitantes. Conservando buena parte de sus tradiciones, sus pueblos ofrecen cotidianidad y sencillez, e incluso en Vientián, la capital, uno encuentra una apacible vida fluvial de lo más sorprendente. En la mágica Luang Prabang, cientos de monjes de ropajes rojizos recorren las calles cada mañana pidiendo limosna, en una de las imágenes más representativas de toda la región. Laos se merece todos los elogios que recibe. Los viajeros más activos pueden perderse por cuevas y ríos subterráneos, o lanzarse por rápidos de aguas bravas o tirolinas en la jungla. Los amantes de la naturaleza hacen excursiones entre fauna inusitada por los bosques más inmaculados del sureste asiático y los sibaritas gozan de una inusitada mezcla de sabores. Sean cuales sean sus gustos, el viajero encuentra lo que ha ido buscando, en un país que no está afectado por el turismo masivo y que es, sin duda, uno de los destinos más auténticos de Asia.
