San Vicente y las Granadinas
Una buena parte de todas las fantasías caribeñas convergen en este archipiélago de treinta y dos islas, situadas en el extremo sur de las de Sotavento. Ya el propio nombre del país evoca visiones de un exótico idilio insular y uno se imagina una cadena de islas en el corazón del Caribe, ajenas a la explotación turística y con playas de arena blanca, un agua azul celeste que lame la costa y sin apenas un alma por los alrededores. Y así es, pero una vez que se sale del tráfico y el ruido de la isla grande, San Vicente, y se pasa a las Granadinas. Ahí ya todo cambia. Y la imaginada postal se convierte en realidad, en treinta y un islas, a cada cual más tranquila que la anterior, y todas dignas de ser exploradas. En ellas las playas increíbles se suceden ante los ojos del viajero, el ritmo vital se ralentiza y el deseo de marcharse que quizá el bullicio de San Vicente había llamado, se desvanece de forma total, ante un paraíso que cautivó a piratas y marinos durante siglos, y hoy siguen haciendo lo mismo con los viajeros que se lanzan a su interior. Ya sea en un moderno barco contratado, en el de algún pescador dispuesto o en alguno de los nuevos ferris que ahora circulan, las opción de saltar de isla en isla se antoja absolutamente irresistible.