Singapur
Constituida por una isla mayor y cincuenta y cuatro islotes adyacentes, esta República, ligada físicamente a Malasia por un viaducto que cruza el estrecho de Johore, ha sido considerada durante mucho tiempo como un anodino lugar de paso, y un estricto lugar de negocios de los más potentes del mundo. Es cierto que el país, cuya situación geográfica le otorga gran valor, pues es un punto convergente del comercio de la zona y centro en las rutas comerciales entre el océano Pacífico, África y Europa, vivió tradicionalmente de su puerto, de la base naval británica y ahora lo hace, en mayor medida, de su actividad industrial y textil, de la electrónica, y de las refinerías de petróleo. Sin embargo, en los últimos tiempos, el bicho raro de Asia se ha reinventado ante el mundo viajero, y ha patentado su propio estilo, convirtiéndose en uno de los destinos de moda. El nuevo Singapur es mucho más que satay y centros comerciales. Su arquitectura de ciencia ficción, entre opulentos jardines, su arte contemporáneo, en cuarteles coloniales reconvertidos, y sus cafés con denominación de origen, en las shophouses, demuestran una autoconfianza que lo impregna todo. Sus habitantes están obsesionados con la buena comida, el componente que más ha unificado su amalgama étnica y, en sus mercados, de vendedores ambulantes, se respira una embriagadora mezcla de especias chinas, malayas e indias. La ambiciosa “ciudad en un jardín” tal vez sea una inesperada y maravillosa sorpresa para los amantes de la naturaleza, porque desde ella, y en un corto trayecto, se llega a lugares selváticos donde se escucha la cháchara de los monos, o a humedales plagados de lagartos gigantes.