Sri Lanka
Hay pocos países en el mundo tan pequeños y con tantos lugares declarados Patrimonio Mundial por la Unesco. Más de dos mil años de cultura los justifican, y aguardan, por ejemplo, en yacimientos ancestrales. Muy cerca de ellos, playas interminables, gente hospitalaria, elefantes, olas de tubo, precios económicos, trenecitos, el famoso té y una sabrosa comida. Porque en este país las distancias son cortas. En un mismo día se puede ver el árbol viviente más viejo del mundo, en Anuradhapura, por la mañana, y asistir boquiabierto a la reunión de centenares de elefantes en Minneriya, por la tarde. Descubrir una playa preciosa, meditar en un templo milenario, pasear por una apacible aldea, maravillarse ante aves y flores silvestres, contar los platillos que acompañan al arroz o al curri, perderse entre joyas coloniales en Colombo, y después lanzarse al surf. Todo ello en muy poco tiempo. Aunque si se dispone de más, mejor alargarlo. Porque en toda la isla, además, eso que se mueve en la oscuridad podría ser un elefante de camino a su poza favorita. Los safaris por los tranquilos parques nacionales pueden alumbrar leopardos, búfalos de agua, avifauna muy diversa y un aluvión de primates. Y además están las playas, verdaderos paraísos de arena blanquísima, y a menudo inexplorada, que ribetean toda la isla, ofreciendo un mundo submarino de primera línea, en tranquilos lugares. Quien se canse del clima tropical de la costa y las tierras bajas, puede ir a las verdísimas montañas donde se esconden discretos encantos. Las plantaciones de té y los picos cubiertos de pluvisilva tientan a caminantes, a excursionistas y a aquellos que gustan de un espectacular recorrido en tren. Sri Lanka es brutal, asequible y, aún, no muy concurrida. Ahora es el mejor momento para descubrirla, y así poder lidiar con un pueblo, el ceilandés, que pasa por ser uno de los más entrañables del planeta.