Tailandia
Acogedor y festivo, culto e histórico, este país ofrece mil atractivos, que van desde llamativos templos y playas tropicales. hasta la siempre reconfortante sonrisa de su gente, su principal seña de identidad. Entre las abarrotadas y vibrantes ciudades principales, y los pueblos más sencillos, palpita un corazón rural de arrozales, selvas tropicales y aldeas achaparradas que se rigen por el reloj agrícola. En el norte, la zona más pura e interesante, en medio de la fronda y el campo, despuntan afiladas montañas azules con cascadas de aguas plateadas. De ellas parece brotar Chiang Rai, la capital de provincia más septentrional del país, y la que más tiene para ofrecer al viajero. Al sur, entre los cultivos, casi como rascacielos prehistóricos, se alzan los escarpados peñones calizos de la zona de Krabi, que tampoco suele defraudar. Durante la estación de lluvias, el noreste, normalmente árido, deslumbra con los tonos esmeralda de los tiernos brotes del arroz que alfombran el territorio. Los relucientes templos y los budas dorados enmarcan tanto los entornos rústicos como los modernos, y le dan sentido a casi todo. Y con su largo litoral, y su asombroso menú de mil islas, de corazón selvático, y fondeadas por aguas azul celeste, Tailandia es la escapada tropical ideal tanto para los hedonistas como para los eremitas, y tanto para los príncipes como para los mendigos. Como colofón y complemento, la alabada en todo el mundo cocina tailandesa refleja los aspectos fundamentales, generosidad, calidez, frescura e informalidad, de la cultura de un país que ningún viajero debería perderse. Porque tiene fama de ser un destino muy turístico pero eso es así sólo si no se sabe planificar bien el viaje, y se acude a donde los mayoristas conducen a todos los rebaños. Los buenos viajeros, aquí y en todas partes, saben huir de eso.