Tibet
Maltratada tierra de lamas; aplastada, oprimida, cruelmente castigada; pero en pie, la patria del valioso pueblo tibetano se sitúa al noreste del Himalaya y es el país más alto de la Tierra, con una altitud media de 4900 metros. Surgió en el siglo VII, pero pronto se dividió en una serie de territorios. El grueso de su territorio occidental y central, Ü-Tsang, estaba unificado, al menos nominalmente, bajo una serie de gobiernos tibetanos, en Lhasa, Shigatse y otras regiones. Las áreas orientales de Kham y Amdo mantuvieron una estructura política indígena más descentralizada, que se dividía entre un número de pequeños grupos tribales, pasando, con frecuencia, bajo dominio chino; la mayor parte de esas regiones fueron finalmente incorporadas a las provincias chinas de Sichuan y Qinghai. Con un territorio partido, declaró su independencia en 1913, pero China no lo aceptó. Gozó de autonomía hasta 1951, momento en el que el Gigante Rojo se la anexionó, disolviendo el gobierno tibetano, y dando el pistoletazo de salida a una injusticia que dura ya demasiado, y enturbia un país que es, sin duda, uno de los más bellos del mundo, y uno de los más amables y hospitalarios. Aunque haya que verlo y recorrerlo bajo el férreo control que imprime la superpotencia roja, el Tibet nunca defrauda, y bien merece un viaje, y mil, si es que el ciclo de las reencarnaciones los permiten.